La relación del entrenador con los jugadores es siempre delicada, principalmente porque no se basa en afinidad personal. Cuando eliges a tus amistades, lo haces porque hay determinadas cosas en ellos que resultan de tu agrado, pero este no es el caso que se da entre jugadores y entrenador.
El grupo de jugadores y el entrenador conviven durante meses porque un responsable ha decidido que ese entrenador es la persona idónea para lograr los objetivos marcados. El entrenador sabe que esto será muy complicado si los jugadores están en su contra, y éstos son conscientes de que sus minutos de juego y protagonismo están en manos del técnico.
Así pues, ambas partes han de tratar de llevarse bien por una cuestión de conveniencia. Si después están en buena sintonía, mejor que mejor.
Pero además es que cada grupo está compuesto por personalidades diferentes, y un entrenador tiene que ser consciente de esto para manejar de forma óptima al conjunto de jugadores del que es responsable.
Si bien el tema da para una larga exposición, me limitaré a señalar lo que creo más importante, que es en qué aspectos debe basarse la relación del entrenador con los jugadores.
Los jugadores y el entrenador no son amigos
En categorías de élite esto se da por supuesto, porque todos son profesionales y cobran por obtener resultados. Pero en formación todavía es bastante común que los entrenadores, especialmente si son jóvenes, quieran ser «colegas», caer bien a los jugadores y tener buen rollo con el grupo.
No es nada malo pretender tener una relación cordial con el grupo al que diriges, pero hay que ser consciente de que no es ese el objetivo. El objetivo de un entrenador es mejorar a sus jugadores tanto como sea posible a la vez que consigue los mejores resultados que están a su alcance.
Remarco esto porque, en mi opinión, si el entrenador pierde de vista que es eso por lo que debe trabajar, y «suaviza» las sesiones en aras de un supuesto buen ambiente, no está siendo justo con los jugadores.
Lo que un jugador debe esperar de nosotros es que pongamos nuestro máximo empeño y mejor conocimiento en obtener de él el mayor rendimiento que sea posible. Eso implica que en ocasiones solicitemos de él un grado de exigencia con el que no se sentirá cómodo.
¿Y qué hace un jugador cuando no está cómodo? Quejarse.
Si el jugador obtiene «premio» de esa queja y como respuesta a ella, bajamos el nivel de exigencia para evitar que surja un conflicto, estaremos iniciando una peligrosa dinámica, que repercutirá en su progreso.
Da igual si en el grupo que dirigimos solo hay uno o dos jugadores con potencial de jugar a niveles superiores. Por respeto a ellos y a su deseo, no podemos caer en la complacencia, porque estaríamos limitando sus opciones de futuro.
Todo esto que trato de explicar, lo resume Pep Marí de un modo mucho más sencillo en un Tweet que en su día me guardé para enseñar a cualquier jugador que tratara de jugar la baza del «chantaje emocional».

El entrenador debe ganarse el respeto del grupo
El entrenador no debe buscar aceptación, sino respeto. Y el respeto es algo que se gana con acciones más que con palabras.
No puedes llevar al límite la exigencia hacia los jugadores si tú como entrenador no tienes el mismo criterio hacia tu trabajo. La expresión «Liderar con el ejemplo» es absolutamente certera. Si quieres ganarte el respeto del grupo, los jugadores han de ver que aplicas el mismo estándar a tu tarea que el que reclamas de ellos cuando están en pista.
Lo que ocurre es que «dar el máximo» como entrenador es mucho más trabajoso que hacerlo como jugador. El jugador se entiende que cumple si durante los 90 minutos de la sesión pone su máximo esfuerzo y atención en las tareas que se le encomiendan. Lo que haga el resto del día, siempre que no lleve una vida desordenada, no es tan relevante.
Pero el entrenador no desconecta tan fácilmente, y su tarea, desde luego, va mucho más allá del trabajo que se realiza en cancha.
Ser entrenador implica estar actualizado en conocimientos y echar un buen número de horas preparando entrenamientos y estudiando rivales. Puede que alguno crea que este trabajo en la sombra pasa inadvertido para los jugadores, pero yo estoy convencido de que no es así.
Al igual que nosotros evaluamos a los jugadores a lo largo del año y analizamos hasta el mínimo comportamiento en las prácticas, los entrenadores también estamos bajo el escrutinio de los jugadores.
Los jugadores detectan si estamos o no preparados, es decir, si hemos trabajado tanto como les reclamamos a ellos.
Si en un tiempo muerto no te pones nervioso a la hora de dibujar una jugada y la explicas con calma, si ante una situación inesperada, tienes recursos para encontrar una solución o si has echado horas visionando vídeos del próximo rival y tienes toda una estrategia montada para tratar de neutralizar su juego, el grupo tomará conciencia de que simplemente exiges lo que das.
En definitiva, los jugadores «huelen» si lo que les vendes es humo o detrás de tu fachada hay algo real.

El valor de la experiencia en la percepción del grupo
Sin embargo el trabajo no es siempre suficiente para obtener el respeto del grupo. Este depende de bastantes factores, algunos relacionados con el propio entrenador, mientras que otros no están directamente bajo su control.
Por ejemplo, en función de la categoría, los jugadores mostrarán un mayor respeto hacia el entrenador si su pasado como jugador o su trayectoria previa como entrenador han sido brillantes. En categorías inferiores esto no es tan importante, pero a ciertos niveles, necesitas tener respaldo y experiencia para que los jugadores crean en ti.
Cada año salen en España cerca de 200 entrenadores con titulación superior. Todos ellos han tenido la misma formación, pero normalmente solo tienen opción de formar parte del cuerpo técnico de un equipo de élite aquellos que han jugado al más alto nivel.
Hay quien entiende que esto es injusto y que se niegan oportunidades a personas que por no haber llegado a la élite como jugadores no tienen opción de demostrar su valía en los banquillos.
Puede que haya algo de verdad en esto, pero lo que no se puede pasar por alto es que un mismo mensaje puede tener efectos muy distintos en función de su emisor. Las mismas instrucciones dichas por un entrenador al que el grupo admira y respeta o uno en el que los jugadores no creen tendrán resultados muy dispares.
Los jugadores que han estado en la élite gozan de una experiencia en el alto nivel de la que otros carecen, y eso es un plus que no hay que pasar por alto. No quiero decir que, tan solo por ese motivo cualquier jugador de élite ya sea automáticamente un buen entrenador, pero sí que la trayectoria, ya sea como jugador o en banquillos en los que se hayan obtenido éxitos, marca en cierta medida la capacidad que tenemos de influir en los jugadores.

La honestidad como valor principal
Todos sabemos que mantener contentos a todos los jugadores de la plantilla es una utopía. Los que jueguen menos o no tengan el protagonismo deseado van a estar descontentos, y eso es algo que debemos aceptar desde el minuto uno.
Ante esta realidad, nuestra máxima aspiración debe ser que, a pesar de ese descontento, exista armonía en el grupo, y no se produzcan conflictos.
En mi opinión, la mejor forma de lograr esto es ser honestos y explicarles claramente cual es su situación y qué rol van a tener. Si el jugador sabe qué papel juega, la cantidad de minutos que puede esperar tener, o cómo de importante va a ser dentro del colectivo, hay menos posibilidades de que surjan problemas como resultado de la frustración.
Por supuesto también hay que dejar claro que esta situación es simplemente un punto de partida, y que los jugadores tendrán la capacidad de cambiarla a través de su trabajo. Ni los líderes tienen nada garantizado, ni los que tienen menos protagonismo inicialmente están condenados al banquillo.
Esto mantendrá al grupo motivado, ya que los que inicialmente gozan de una mejor situación no querrán perder su estatus y quienes empiezan en una situación más desfavorable entenderán que la única forma de cambiarla es por medio del esfuerzo.
Proporcionar feedback regularmente sobre esta «clasificación» también ayuda a que nadie se duerma en los laureles y que quienes están haciendo progresos se vean reconocidos.

Detectar lo que el grupo demanda
La relación con los jugadores está definida por nuestras interacciones con ellos. Por eso como entrenadores tenemos que tener la habilidad de detectar qué demanda ese grupo y la versatilidad para ser capaces de ofrecérselo.
Cada grupo tiene unas determinadas carencias, y es ahí donde tenemos que poner el foco.
Dependiendo de qué tipo de grupo nos encontremos habrá que trabajar más en unos aspectos u otros. Si los jugadores están acomodados, la prioridad consistirá en implantar una filosofía de esfuerzo. Si la moral es baja por una concatenación de malos resultados, el objetivo deberá ser hacerles creer en sí mismos.
Y así en general, tendremos que detectar qué «pide» el grupo para que nuestras interacciones con ellos vayan encaminados a lograr lo que necesita: mentalidad ganadora, autoconfianza, cohesión de equipo, etc.
Respecto a lo que mencionaba de la versatilidad, hay que tener en cuenta que cada entrenador tiene un estilo de dirección más marcado que podríamos considerar que es el propio. Pero tratar de utilizarlo siempre y en todas las circunstancias, puede ser contraproducente.
Un grupo en el que existan muchos conflictos internos o en el que haya abundancia de personalidades conflictivas puede que no responda demasiado bien a un estilo de dirección autoritario. Y a la vez, ese mismo estilo puede ser ideal para grupos en los que se demanda un fuerte liderazgo porque los jugadores no tienen fe en sus capacidades.
Así pues, sin renunciar a nuestra propia personalidad como entrenadores, debemos detectar lo antes posible qué demanda el grupo para poder trabajar con el estilo de dirección adecuado en aquellos aspectos que se requiera mejorar.

Resumiendo
La relación con los jugadores se basa en un complicado equilibrio. Por un lado tenemos que crear un entorno de confianza que permita que los jugadores se expresen, pero sin que esa confianza llegue al grado de amistad, ya que esto va a jugar en contra de nuestra capacidad para exigirles.
Por otro, necesitamos ganarnos su respeto, ya que esta es la clave principal en la que se fundamenta la relación entre ambas partes. Los jugadores han de creer en nuestra capacidad y deben percibir que les exigimos ni más ni menos que lo que nosotros damos.
El grado de reconocimiento previo que obtenemos de ellos como resultado de nuestra trayectoria anterior es un factor que en algunos casos puede tener cierto peso,, bien como ayuda o como handicap, pero no necesariamente determina el éxito o el fracaso.
Pero nada de eso sirve de mucho si no somos honestos con los jugadores. El jugador valora que vayas de frente y le digas las cosas a la cara.
Y por último, otro aspecto muy importante que debe tenerse en cuenta son las necesidades del grupo. Detectar sus carencias o debilidades a nivel anímico y trabajar en mejorarlas debe ser parte importante de la relación que el entrenador establezca con el colectivo.
Seguro que hay muchos otros aspectos interesantes que resaltar, pero probablemente el artículo se haría demasiado largo. No obstante si hay algo que consideras digno de mención y que crees que se me haya pasado por alto, ya sabes que puedes dejar tu opinión en un comentario.
0 comentarios