La medida de lo bien o mal que lo hacen los equipos y sus integrantes viene dada por los resultados. Es una ley inexorable a la que todos nos sometemos y que determina el grado de reconocimiento al trabajo realizado por el grupo.
Sin embargo no es siempre una medida justa, porque no todos los equipos parten en igualdad de condiciones.
Lo habitual es que las competiciones mantengan un cierto grado de equilibrio, y que los jugadores tengan un nivel más o menos similar, pero esto no se da en todos los casos.
Hay equipos que compiten en ligas en las que son tremendamente superiores, y a la inversa, otros que están en franca inferioridad.
En este tipo de situaciones, utilizar el baremo de los resultados deportivos puede no ser la mejor forma de estimular el desarrollo de estos jugadores.
Los jugadores cuya superioridad sea manifiesta nunca darán la verdadera de sus posibilidades, mientras que los equipos claramente inferiores a sus rivales corren el riesgo de caer en la desmotivación.
¿Hay un modo de evitar que esto sea así? Lo hay, y es de lo que voy a hablar en el artículo de hoy.

La medida del éxito: Objetivos de resultado
Podríamos decir que el resultado es la medida por la que se juzga un trabajo de manera generalizada. En base a unas expectativas previas, que pueden ser acertadas o no, el trabajo se percibe como bueno o no tan bueno si los resultados superan dichas expectativas o quedan por debajo de ellas.
En lo que se refiere a baloncesto de alto nivel esta máxima se cumple totalmente, pero cuando hablamos de baloncesto de formación, las cosas ya no están tan claras.
Cuando se trabaja con jugadores en formación los resultados deportivos no aseguran que se esté haciendo un buen trabajo. La tantas veces mencionada situación del entrenador que pone a los niños en minibasket a defender en zona sería el mejor ejemplo.
Hay un largo debate acerca de si en formación es importante o no el resultado, y en ese sentido mi postura es clara. El resultado es importante, porque es de lo que se trata este juego, pero no es tan importante como para sacrificar todo lo demás.
El entrenador de formación debe buscar el equilibrio entre lo que supone el progreso, el aprendizaje y la obtención de resultados. Porque un jugador técnicamente excelso y con un gran conocimiento del juego pero que no haya desarrollado el gen competitivo necesario, tiene unas expectativas de futuro bastante pobres.
Pero por otro lado no podemos pasar por alto que no todos los jugadores se desarrollan a la misma velocidad, y que por tanto, centrarnos en los objetivos de resultado a edades muy tempranas puede llegar a crear desde frustración a estancamiento.
Centrarse en objetivos de resultado a edades muy tempranas puede llegar a crear desde frustración a estancamiento
Bien sea porque técnicamente aún no poseen las habilidades o porque su crecimiento físico todavía no se ha producido, hay muchos chicos que pueden desanimarse ante la falta de conexión existente entre su esfuerzo y los resultados que obtienen.
Y a la inversa, un equipo que sea infinitamente superior a sus rivales encontrará complicado optimizar el desarrollo de sus jugadores en base a objetivos de resultado.
«Vamos a intentar ganar por 100 de diferencia» puede sonar como un objetivo de resultado muy ambicioso para un equipo dominador, pero a la hora de la verdad no va a tener un impacto consistente en la mejora de los jugadores que lo componen.
Por eso, en determinados casos hace falta un enfoque distinto. Trabajar en base a objetivos de esfuerzo.

La medida del éxito propio: Objetivos de esfuerzo
Para evitar la falta de motivación con jugadores muy superiores o el desánimo cuando entrenamos a chicos que están muy por debajo del nivel general, podemos utilizar objetivos de esfuerzo.
Los objetivos de esfuerzo son los que se planteamos a los jugadores con la idea de que realicen determinadas acciones, sin entrar a valorar el resultado que se deriva de éstas.
Es decir, entenderemos que la valoración es buena si el jugador o el equipo han realizado cierta tarea a lo largo del partido en la medida que les hemos señalado. Como no entramos a juzgar si esas acciones han terminado de forma positiva o negativa, es más fácil que los jugadores eviten la desmoralización o el conformismo.
«Ya pero los chavales siempre van a mirar el resultado de lo que intentan» – me dirá alguno
Es cierto, pero es ahí donde nosotros tenemos que hacerles ver que todo forma parte de un proceso.
Los objetivos de esfuerzo no tienen validez a no ser que en algún momento evolucionen a objetivos de resultado, pero hay que poner énfasis en que en esta etapa en concreto, lo que importa es «intentar» más que «conseguir».
Es a base de esos intentos que el jugador comenzará a evolucionar y a mejorar en sus habilidades.
Pongamos como ejemplo un fundamento como el tiro. Si los chicos evitan lanzar porque no tienen suficiente fuerza o habilidad, nunca lograrán mejoras. El simple hecho de marcarles como objetivo realizar una serie de tiros de media/larga distancia evitará que desarrollen hábitos perjudiciales, como tratar de penetrar siempre.
Y lo mismo se aplica cuando, en lugar de falta de habilidad, lo que tenemos son jugadores absolutamente dominantes en un aspecto del juego.
El jugador que por físico sea muy superior cerca del aro encontrará en los objetivos de esfuerzo el estímulo necesario para practicar un abanico más amplio de habilidades de anotación, lo que repercutirá en un mayor progreso que si únicamente se dedica a pedir el balón en la pintura para anotar con tiros cercanos.

Cómo establecer objetivos de esfuerzo
Lo primero que hay que hacer cuando queremos trabajar en base a objetivos de esfuerzo es dejar claro a los chicos que de lo que hablamos es de objetivos que se basan en el esfuerzo propio y sobre los que tenemos control.
Al hacerlo eliminamos de la ecuación la posibilidad de que el jugador utilice cualquier tipo de excusa. Al ser objetivos que dependen exclusivamente de su voluntad, sin que ningún otro factor intervenga, no hay nadie a quien poder «echarle las culpas» cuando el objetivo no se logra.
Los objetivos de esfuerzo pueden ser tanto individuales como colectivos. Por lo general yo prefiero los individuales, porque en los colectivos puede haber una mayor tendencia a que algunos jugadores «se borren» al quedar la responsabilidad más diluida.
Los objetivos colectivos pueden marcarse cuando el equipo en general tiene un problema importante que es necesario resolver.
Por ejemplo, si los jugadores son excesivamente individualistas y tratan de hacer la guerra por su cuenta en cada ataque, un objetivo colectivo de esfuerzo puede ser marcar como premisa que como mínimo en 20 posesiones a lo largo del partido todos los jugadores toquen el balón al menos una vez.
En cuanto a los objetivos de esfuerzo individuales, éstos se marcarán según las características de cada jugador y las áreas en las que consideramos necesita mejorar. Pueden estar definidos por el propio entrenador, pero una idea incluso mejor es que después de charlar con el jugador y hacerle ver en qué aspectos debe trabajar, sea él mismo quien se los asigne.
Si hacemos ver a un jugador que queremos jugar rápido y que hemos detectado que nunca corre el contraataque, podemos pedirle que haga un número determinado de sprints a lo largo del partido o dejar que sea él mismo quien sugiera como cree que puede solucionar esa carencia.
Como es lógico, cualquier objetivo de esfuerzo que se decida poner en práctica debe ser concreto y medible. En el ejemplo anterior, «correr al contraataque más a menudo» no sería un objetivo válido, ya que no hay una manera objetiva de valorarlo.
Y para que todo este trabajo resulte útil hay que llevar un control, de lo contrario todo quedará en buenas intenciones.
Dicho control puede realizarse visionando el partido grabado y anotando qué jugadores han cumplido con las metas marcadas o comprobando si el equipo ha llevado a cabo el objetivo de esfuerzo colectivo que se había marcado, y haciéndoselo saber posteriormente a los componentes del grupo.
Por supuesto, hay que premiar con entusiasmo la consecución de los objetivos de esfuerzo para neutralizar la natural tendencia de los chicos a valorar el resultado de sus acciones, o de lo contrario este planteamiento no habrá servido de mucho.
Hay que premiar con entusiasmo la consecución de los objetivos de esfuerzo para neutralizar la natural tendencia de los chicos a valorar el resultado de sus acciones

Ejemplos de objetivos de esfuerzo
Aunque confío que a estas alturas ya haya quedado claro el concepto de objetivos de esfuerzo, los ejemplos nunca están de más, así que aquí van algunos de ellos que espero sirvan para darte ideas.
–Iniciar el ataque hacia la izquierda en 10 posesiones cada tiempo (para bases con una tendencia muy acusada a jugar sobre su mano derecha)
–Tomar contacto con el cuerpo de un rival en el rebote defensivo al menos 10 veces cada tiempo (para jugadores que se quedan mirando el balón en vez de bloquear rebote)
–Ir al menos 10 veces a la línea de tiros libres (para equipos que abusan del tiro exterior a los que queremos inculcar mayor agresividad atacando el aro)
–Recibir al menos 5 veces en cada tiempo en el poste bajo (para jugadores grandes que evitan el cuerpo a cuerpo)
–Lanzar 5 triples por partido (para jugadores dominadores en la pintura a los que queremos hacer evolucionar a posiciones exteriores)
–Hacer trap en al menos 5 ocasiones en cada tiempo (para equipos con poca calidad técnica a los que queremos estimular a través de la defensa para mantener su combatividad)
Conclusión
Los objetivos de esfuerzo son un enfoque ideal para equipos cuyo talento se encuentra muy por encima o muy por debajo de la media de su competición.
Los equipos más talentosos no caerán en la complacencia porque constantemente retaremos a los jugadores a intentar habilidades en las que no destacan, lo que reducirá su superioridad.
Los equipos muy limitados evitarán caer en el desánimo, gracias a que les proporcionaremos objetivos a su alcance, que no estarán influenciados por lo que hacen los rivales.
Tanto en uno como en otro caso los jugadores deben tener presente que este enfoque es parte de un proceso que tiene como fin el que en algún punto dichos esfuerzos produzcan fruto (es decir, que los objetivos de esfuerzo se conviertan en objetivos de resultado).
Pero hay que ser cuidadosos en no tratar de acelerar los tiempos. Los jugadores deben disfrutar de sus logros y nosotros debemos ir incrementando la dificultad de los desafíos, siempre con una actitud positiva.
Tendras una planiacion de esfuerzo para cadetes en la toma de decisiones de juego.una dinamica para q tengan esa confianza
Hola José Roberto. Para mejorar la toma de decisiones particularmente me gusta introducir ejercicios con situaciones diversas a máxima velocidad. Hay que tener en cuenta que el jugador no decide analizando el entorno y eligiendo racionalmente la mejor opción, sino que es un proceso intuitivo que se basa tanto en situaciones reconocibles como en las cualidades técnicas que posea. Cuantas más recursos técnicos tenga, de más soluciones dispondrá, y cuanto mayor sea el número de situaciones a las que se vea expuesto, más información almacena sobre el resultado de las acciones que ha llevado a cabo, y en consecuencia, más probabilidad hay de que tome decisiones correctas.